jueves, 17 de mayo de 2007

El estado y la globalizacion

Hay quienes creen que efectuar críticas contra la globalización significa estar en contra del progreso; nada más alejado de la realidad. Una cosa es el fenómeno de la mundialización, en el que las comunicaciones y el intercambio cultural van haciendo que el mundo sea uno, más allá de las fronteras, lo cuál está muy bien y ojalá pronto el mundo sea una Gran Nación Humana Universal. Pero otra cosa muy distinta es lo que está pasando porque el poder económico utiliza el progreso y las comunicaciones para seguir concentrando riqueza y empobreciendo a los pueblos.
El poder económico concentrado, y sobre todo el poder financiero, la banca internacional se han montado sobre el proceso de globalización para manejarlo a su antojo y sacar provecho. El endeudamiento de los estados, las recetas económicas de los organismos financieros internacionales como el Fondo Monetario y el Banco Mundial, las inversiones de las Naciones Unidas y USA en los asuntos internos de todos los países, las presiones de la Organización Mundial de Comercio para la apertura arbitraria de las fronteras comerciales, son sólo algunos de los ejemplos.
Hoy los capitales van y vienen libremente de un país a otro disciplinando las economías nacionales a su voluntad y pueden “secar” un país en un abrir y cerrar de ojos para luego ponerlo de rodillas y obligarlo a entregar su patrimonio a cambio del crédito usurero.
Esa libertad tienen los capitales financieros. Sin embargo las poblaciones no tienen la misma libertad para migrar desde su país en busca de trabajo hacia otras naciones. Las personas no gozan de la libertad de circular libremente por el mundo. Los países del denominado primer mundo, hacia donde tienden a migrar los marginados de los denominados “países en vías de desarrollo”, ponen serias limitaciones a la inmigración.
Ellos quieren la globalización que los enriquece pero no quieren que la pobreza que generan se les acerque. Los países del primer mundo tienden a ser como esos barrios privados denominados “countrys”, donde los pobres no pueden entrar porque un guardia de seguridad los detiene.
Desde luego que también dentro de los países del denominado primer mundo hay marginados, pero en general las fuerzas imperiales tratan de tener “tranquila su casa”, mientras les otorgan patente de pirata a las multinacionales para que saqueen a los pueblos de los países del resto del mundo.
Entonces a medida que la marginación avanza la gente trata de emigrar hacia los países ricos buscando oportunidades laborales, aunque sólo un bajo porcentaje logra concretarlo. Los pobres de todo el mundo tienen un problema similar a parte del pueblo cubano, a éstos no los dejan emigrar de su país y a los otros no los quieren recibir en ningún lado; conclusión ninguno tiene libertad para circular por el mundo. Entonces tenemos países enteros donde las poblaciones se mueren de hambre o apenas sobreviven en condiciones infrahumanas, y no pueden salir de allí porque nadie quiere recibirlos. Son como gigantescos campos de concentración a donde a veces llegan algunos alimentos o alguna ONG del sistema haciendo su negocio. Y desde ya que de todos modos muchos logran emigrar ilegalmente o aprovechando algún artilugio legal, pero el porcentaje es mucho menor al de los que emigrarían si la circulación de las personas fuese libre por todo el mundo, como libre es la circulación de capitales.
¿Qué pasaría si los miles de millones de pobres de Asia, África, Latinoamérica y Europa del Este pudieran emigrar libremente a Europa Occidental o a USA? Les colapsaría el sistema por los cuatro costados.
La globalización como está planteada es funcional al imperialismo, ya que mientras recibe los beneficios económicos succionando recursos con la libre circulación del capital financiero y las multinacionales, evita tener que hacerse cargo de la pobreza que genera gracias a las restricciones en la circulación de las personas.
Desde luego que para globalizar bajo esas condiciones se necesita que los gobernantes de los países sean obedientes al poder mundial, ya sea por complicidad o por chantaje o una combinación de ambas cosas. Y así las cosas los gobernantes siempre tienen la excusa de que no se pueden hacer determinadas cosas porque las presiones externas de un mundo complejo y globalizado no se lo permiten.
En el caso de Argentina, si al ingreso nacional se lo dividiera en partes iguales por cada familia, alcanzaría la cifra de 3.000 dólares mensuales para cada una, por lo tanto no debería haber un solo pobre. El problema es que para redistribuir los ingresos habría que afectar intereses, por ejemplo los de las empresas privatizadas, los grupos empresarios locales, las multinacionales y los bancos, y lógicamente que esos poderes son los que controlan a los gobiernos y no permitirían semejante afrenta. Sería una “violación a sus derechos usureros”, en nombre de una cosa tan “secundaria” como los derechos humanos del pueblo.
Y desde luego que si a algún funcionario distraído se le ocurriera pensar en tocar levemente sus intereses, tronará el escarmiento con la suba del riesgo país, la caída de las bolsas, la salida de capitales y otros chantajes que hacen volver en razón al díscolo funcionario.
Es por eso que muchas luchas sociales dirigidas a presionar a los gobiernos para obtener reivindicaciones chocan con la muralla del “o se puede” de los gobernantes, y en cierta manera dicen la verdad: ellos, no pueden.
-¡Los gobernantes somos sólo los gerentes, usted debe hablar con el dueño!-, parecen decirnos a modo de excusa.
-¿Y el dueño donde está?-, preguntamos nosotros. -¡No sabemos muy bien, pero en otro país seguro, y cada vez que no hacemos lo que dicen se viene una tormenta!-, responden.
Pareciera que estamos atrapados y sin salida

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