Ya han pasado las épocas de los gobiernos militares en Latinoamérica. El Imperio necesitaba de los gobiernos de facto porque los sistemas democráticos aún eran permeables a “ideologías prohibidas”, pero con el tiempo, la represión, las desapariciones, la educación alineada con la “verdad oficial”, la propaganda y el chantaje económico fueron “encarrilando” a políticos y votantes, hasta hacer de los sistemas democráticos simples pantallas locales de la fuerza imperial. Hoy a ningún partido político tradicional, ni siquiera al comunista o al socialista se le ocurriría proponer en su plataforma política un cambio de sistema económico. Hoy todos aceptan al capitalismo aunque con distintas tonalidades, tenemos los neoliberales que pretenden que el mercado regule la vida y muerte de las personas, y tenemos los seudo progresistas que piden por un “capitalismo de rostro humano”, y en el campo progresista se habla más de reivindicaciones que de cambio de sistema. Y desde luego que, gobierne quien gobierne, se termina haciendo lo que el poder central quiere: donde conviene liberalizar los mercados para comerse todo, se liberan los mercados, donde conviene regular para que no compitan otros, se regula y donde alguien quiere tomar medidas a favor de la gente, se les dice no se puede por ahora.
El capital financiero se ha apoderado de todo y mediante la rienda del endeudamiento digita las políticas nacionales y exprime a los pueblos con intereses usureros. Semejante concentración de poder hace que cada vez sea más difícil lograr reivindicaciones sociales, por el contrario, se ha comenzado a retroceder aceleradamente con el crecimiento de la desocupación, la marginación y la flexibilización laboral.
Hoy podemos ver como toda la fuerte oposición que se levanta frente a ese poder a través de las huelgas, protestas, manifestaciones, y presiones políticas, si bien son imprescindibles para ponerle trabas al avance del poder imperial, no alcanzan para frenarlo. El imperio utiliza la táctica de avanzar dos pasos y retroceder uno. Continuamente se recortan salarios y se genera desocupación y miseria, y cuando esas medidas tienen rechazo por parte de las organizaciones sociales, entonces se dan algunas concesiones menores para más tarde volver a avanzar.
En los últimos años hemos visto multiplicarse los estallidos sociales, las protestas sindicales, las manifestaciones contra el FMI, contra la globalización, contra los despidos, etc. Mucha fuerza se ha hecho para detener el avance de la fuerza imperial, y eso es muy positivo, sin embargo la conclusión es que ésta ha avanzado inexorablemente. Claro que posiblemente si todas estas protestas no hubieran existido, el avance hubiese sido más rápido, pero la conclusión es que el avance es continuo y no parece haber fuerza en el mundo capaz de detenerlo.
Y si vemos como ese avance ha dejado como resultado la mayor concentración de riqueza y el mayor empobrecimiento de los pueblos, es previsible un negro futuro para la humanidad, mucho más negro de lo que hoy vemos o alcanzamos a imaginar.
Entonces, si todo lo que se ha hecho hasta ahora para detener ese avance no ha servido, la pregunta es qué es lo que debe hacerse.
Hay que golpear donde les duele, hay que golpear hasta que caigan.
Pero golpear no es dar golpes de violencia, porque no es ético y porque no les duele.
Al poder económico no le duele la pedrada que le pegan a un gendarme, y al pueblo si le duele la bala que el gendarme devuelve.
Al poder económico no le duele una comisaría incendiada, y al pueblo si le duelen sus militantes encarcelados y torturados.
Lo que al poder económico le duele es perder dinero, perder el poder político de sus secuaces nacionales; le duele que lo desenmascaren y que la gente se deshipnotice; le duele que la gente se organice y haga crecer una opción, un Movimiento Social que no puedan comprar con dinero. Le duele que se le den vuelta sus propios socios y guardianes.
El sistema está muy bien preparado para reprimir acciones violentas y cada vez se va perfeccionar más. El que piense que por esa vía va a conseguir algo, se equivoca o persigue otros fines. La violencia no solamente debe ser descartada por razones de ética, lo que de por sí bastaría, sino también por inútil.
Y si alguien cree que las fricciones violentas harán enardecer a la población que finalmente saldrá mancomunadamente a derrocar al gobierno, se equivoca, porque si la población ya estuviera en condiciones de unirse espontáneamente, comenzaría por no votar al gobierno que supuestamente debe derrocar; y además en esa creencia se desconoce el proceso de desestructuración que sufre la sociedad. Las fricciones violentas no suman gente a la causa, la restan.
Sin embargo, sabemos que muchas veces la opción violenta nace de la impotencia de ver que las otras vías están agotadas. Lo que ocurre es que esas otras vías, las del simple petitorio o reclamo no son suficientes, el sistema ya tiene anticuerpos contra ellas.
100.000 personas en una plaza pidiendo que el gobierno no se arrodille ante el Fondo Monetario es seguramente un gran avance, pero si además esas cien mil personas estuvieran organizadas llevando adelante acciones no violentas de boicot contra la banca y el gobierno, el resultado sería mucho mayor.
El simple petitorio no sirve, la simple declaración no sirve, o mejor dicho sirve para difundir la demanda, pero eso sólo no alcanza.
Por otra parte existen cúpulas sindicales que de tanto en tanto realizan un paro de 24 horas para ubicarse en una posición de fuerza que les permita negociar o posicionarse políticamente, pero indefectiblemente después terminan traicionando a la gente, con lo cual se va deteriorando la posibilidad de que exista una resistencia organizada. La gente cada vez cree menos en las organizaciones porque las cúpulas son corruptas y a la vez la lucha desorganizada no tiene posibilidades de avanzar: una de las paradojas del momento actual.
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