Este sistema social desecha gente y la arroja hacia la desprotección. Pero este fenómeno es muy diferente al fenómeno de la explotación capitalista salvaje que predominó entre fines del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX; en esa época se explotaba a la gente que trabajaba y entonces las organizaciones sindicales lucharon por sus reivindicaciones, por los derechos de los trabajadores, utilizando el instrumento de la huelga ya que de ese modo, paralizando las fábricas, tenían un elemento de presión sobre el capitalismo.
Hoy en día, independientemente de que continúe la explotación de los trabajadores en muchos lugares, el mayor problema es el de la creciente desocupación. El desocupado queda marginado del sistema y no tiene modo de ejercer presión al capital con el que ha perdido todo vínculo.
Como veremos más adelante, la lucha contra la marginación debe tener características muy diferentes a la vieja lucha de clases, incluyendo metodologías distintas.
La marginación social es funcional al capitalismo liberal, por lo tanto no figuran dentro de las aspiraciones del sistema ni el pleno empleo, ni la mejora en las condiciones de vida de la gente.
Numerosas empresas, entre ellas las multinacionales, tienen una política parecida con respecto a su personal, algo que podríamos definir como: ¡El que sale último queda fuera del juego!
Hay empresas que utilizan la táctica de despedir todos los años al 10 % de su personal, sistemáticamente sin importar cuán buenas personas sean todos. Desde luego que cada departamento selecciona a su criterio quienes fueron los que menos han rendido en el año, para que figuren entre los despedidos. Esto lleva a que todos compitan durante el año y se esfuercen histéricamente por rendir más que los demás, para no estar entre los que a fin de año se van. Y, de cualquier modo, el 10 % se irá.
Otras empresas despiden a los vendedores que menos ventas efectuaron en el mes, no importa que hayan sido buenos, si no fueron los mejores igual los despiden. Eso lleva a una feroz competencia en la búsqueda de mejorar el rendimiento, y de todos modos algunos serán despedidos.¡El que sale último, se cae al pozo!
Pero para que la amenaza funcione, tiene que existir un pozo adonde arrojar a los perdedores. Ese pozo es la marginación social, sin ella no hay chantaje posible.
Y seguramente que los aprendices de alcahuetes que aplican estas técnicas en las empresas creerán que están aplicando nuevas tecnologías en la organización de los Recursos Humanos (nombre pomposo para denominar la sofisticación de la nueva esclavitud), pero en realidad lo que están aplicando son las viejas teorías de David Ricardo, quien ya hace dos siglos afirmaba que el obrero debía ganar poco para que deba trabajar muchas horas para subsistir, pero no tan poco como para morirse y dejar de trabajar, y para ello una gran masa de desocupados haciendo fila para reemplazarlo, era el mejor estímulo para que se deje explotar.
Una persona desocupada, sin una vivienda digna, sin sistema de salud ni educación, es un paria, es un marginal, pero además es un “buen ejemplo” para mostrar adonde pueden llegar los que aún están allí si no se portan bien.
El capitalismo competitivo, en el que unos buscan devorarse a otros, necesariamente lleva a la concentración del poder en pocas manos y necesariamente lleva a una sociedad en la que cada vez menos personas están dentro del sistema, mientras el resto queda marginado. Y a su vez, la existencia del pozo de los marginados es el mejor estímulo para que los que aún están dentro del sistema hagan buena letra para ser eficientes y compitan y se saquen los ojos por un puesto, con tal de no caer al pozo; por lo cual irremediablemente un porcentaje de todos modos se caerá al pozo. A esto podemos llamarle un verdadero círculo vicioso.
Con su fuerza centrífuga el sistema arroja gente a la marginalidad y con su fuerza centrípeta hace que los que van quedando dentro traten de aferrarse cada vez más fuertemente.
Si bien esa fuerza, esa presión en ambos sentidos la ejercen quienes concentran el poder económico, necesitan indefectiblemente de una buena parte de la población, la que aún esté dentro del sistema, para que siga girando la rueda de su enriquecimiento sobre las cabezas de los marginados. Es decir que lamentablemente las mismas personas que entran en el juego son ejecutores (involuntarios o no) de los que van quedando fuera.
Veamos otro ejemplo. Un joven con estudios universitarios, sin hijos y con deseos de reunir dinero para viajar, tentado por las propagandas de las agencias de viaje y la TV, sale a buscar trabajo. Simultáneamente, un hombre de 40 años, con 5 hijos, que no terminó la primaria, también sale a buscar el mismo trabajo. Es más probable que la competencia la gane el joven, aunque tenga menos necesidades que el padre de una familia. Posiblemente nunca se conozcan, y a nadie se le ocurriría pensar que la marginalidad del padre de familia que no puede darle alimento a sus hijos es culpa de este joven. Tampoco se podría culpar a quien selecciona el personal, a quien le dan pautas para que seleccione por edad y nivel de estudio, tampoco a la empresa que para poder competir en el mercado debe maximizar el rendimiento al menor costo. Podríamos entonces culpar al mercado, pero ¿Quién es, dónde está? ¿No es nadie, somos todos?
¿Estaremos frente a la burocratización de la violación de los derechos humanos, donde todos son ejecutores de una parte del acto como en el cuento de Agatha Christie?
jueves, 17 de mayo de 2007
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